Los inventores del apellido (del latín appelare, luego appelitare), en cuanto a nombre de familia que se transmite de padres a hijos, fueron los romanos, quienes al parecer lo tomaron de los etruscos. Antes de ellos ningún pueblo trasnsmitía por herencia los nombres, ni los judíos ni los griegos. Además de por filiación el nombre romano se podía transmitir por adopción y emancipación: los esclavos adoptaban los nombres de los amos.
El nombre romano se podía componer hasta de 4 partes: prenomen, nomen, cognomen y agnomen. El prenomen era el equivalente al nombre de pila el nomen al apellido de familia, el cognomen era un segundo apellido y el agnomen la "chapa" del individuo.
En la antigüedad las mujeres no solían llevar más que su nombre de pila. Destinadas al matrimonio, que las identificaba con la familia del esposo, no necesitaban apellido.
Lo anterior se podía ver en Caraz entre los s XVI y XVIII: los esclavos adoptaban los nombres de los patrones (por ejemplo los esclavos de Anacleta de los Heros adoptaron el apellido de ésta), y había un descuido total con los apellidos de las mujeres, especialmente indigenas: éstas se registraban sólo con el nombre de pila.
Hasta el s XVII-XVIII no se estandarizó el uso de los apellidos, antes se podía cambiar fácilmente y elegir uno de los apellidos familiares o uno completamente nuevo. Por ejemplo, hoy en día no se sabe de donde sacó el apellido Saavedra D. Miguel de Cervantes Saavedra, el apellido no aparece en su árbol genealógico.
La ortografía de los apellidos era muy irregular, éstos se transcribían como los entendía el sacristán. El uso de apellidos compuestos también, era potestad del individuo componer los apellidos (y los sacristanes los descomponían porque escribían descuidadamente). El uso de los apellidos paterno y materno se práctica sólo en España (obligatorio desde 1870) y en muchas naciones hispanoamericanas, en Europa y USA se usa sólo un apellido.
A continuación, para los que les guste profundizar, transcribo un extracto del "Ensayo sobre losApellidos castellanos" de José Godoy, de 1871.
Los visigodos no conocieron nombres de familia; el nombre entre ellos era individual. Mas no todos los que llevaban nombres teutónicos o góticos pertenecían a estas razas, como suele creerse. Es un uso constante en los pueblos sometidos adoptar los nombres de los vencedores y ponerlos a los hijos.
Después de la caída del Imperio Romano fue tal el desprecio que cubrió cuanto llevaba nombre latino, que en el siglo X escribía Luitprando, obispo de Cremona: "Nosotros los lombardos, así como los sajones, francos, loreneses, bávaros, suevos y borgoñones, despreciamos tanto el nombre romano que en nuestra cólera no encontramos mayor injuria para ofender a nuestros enemigos que llamarles romanos; porque comprendemos en este nombre todo cuanto hay de innoble, tímido, avaro, lujurioso, mendaz y todos los vicios en fin".
La España romana hizo como las demás provincias del Imperio: aceptar los nombres bárbaros, lo cual favoreció el principio de fusión entre ambas razas.
El nombre indicativo de la familia a que pertenece el individuo, el apellido, apunta en España por la forma más natural, el patronímico. Apellido, del latín appellare, ya en Tácito appellitare, llamar, nombrar, designar, es voz que nació en los tiempos en que los odios y pretensiones siendo hereditarios, el espíritu de partido convertía los nombres de familia en enseñas bajo las que combatían todos aquellos que unían e identificaban simpatías, resentimientos y esperanzas. Se forma el patronímico aplicando al hijo el nombre del padre modificado por un prefijo o sufijo, o por la declinación. Los hebreos y árabes anteponían las palabras bar, ben (hijo, descendiente). Para encontrar el patronímico permanente y convertido en apellido de familia, necesitamos ir a Roma. Es sabido que la lengua latina expresa con el genitivo la propiedad o la descendencia; en este caso unas veces va seguido de la palabra filius, como M. AEmilius Murrianus Carbili f. (filius), y otras toma la terminación ius como Flavius de Flavus, Gratius de Gratus, Servius de Servus; forma que engendra nuevos patronímicos; Gratius hizo Gratidius y Servius hizo Servilius. En la baja latinidad el nombre del padre en genitivo después del del hijo constituyó el apellido de éste.
Cada nación formó la desinencia o terminación del patronímico según la índole genial de su lengua. En las de origen teutón se añade la palabra equivalente a hijo a fin de transmitir el nombre del padre: sohn en alemán, son en inglés y sueco, sen en danés... En las lenguas eslavas se emplena las finales itcg, its, witsch, wics...off y eff. En polaco ski para el masculino y ska para el femenino. Los normandos llevaron a Inglaterra el fitz (filius) ....los escoceses Mac, los irlandeses O'. Los franceses, traduciendo el genitivo latino, hicieron Dejean, Depierre. Los italianos lo conservaron (Galileo Galilei, Pelegrin Pelegrini). Los vascos tienen para expresar la filiación las terminaciones ana y ena. Los españoles siguieron, como los franceses e italianos, el genitivo latino, dándole la forma ruda y arbitraria propia del periodo que su romance atravesaba, latinizando los nombres, haciéndose de Ferrandus, Federnandus o Fredenandus, Ferrandizi, Federnandizi y Fredenandici; de García o Garsea, Garsiae, Garcezi, Garciezi, Garseanis, Garciazi. Algunas veces la i final se convierte en e, en a o en o. Estas formas indecisas se mantuvieron hasta muy entrada la Edad Media, se bien pronto se despojó la vocal final en los que afectan regirse por la segunda declinación, quedando de ellos muy contados ejemplares, tales como Senante, Aparici o Assensi. Notables y cancilleres pertinaces conservaban esta desinencia todavía cuando hacía largo tiempo que el uso la había abolido y reemplazado por la consonante que precedía a la vocal suprimida. Así la z acabó por anular y absorber a la s y t. Igual causa, esto es, la tendencia a dulcificar los sonidos fue convirtiendo en ez la desinencia iz, siendo pocos los patronímicos que se resistieron a esta modificación como Gomis, Ferrandiz, Llopis, Muñiz, Peris o Ruiz.
Pero ¿cuándo aparece el patronímico castellano?. No porque no se halle en los pocos documentos del siglo VIII que se conservan ha de concluirse que aún no había comenzado a usarse; dos donaciones de principios del año 804 están autorizadas por confirmantes que llevan el apellido patronímico; una es la dotación de la iglesia de Valpuesta por Alfonso de Casto, y otra la donación de considerables bienes que hace a la misma iglesia su obispo Juan.
Conforme avanza el siglo IX hacia su terminación va extendiéndose el uso del patronímico. Así un privilegio expedido en 877 por Alfonso III en su corte ovetense, concediendo el lugar de Dumio al obispo de Mondoñedo, aparecen como testigos personas identificadas con el nombre y el cargo que desempeña o el carácter con que se halla revestido el individuo (Vallamarius cellararius filius Sisnandi, Argimirus notarius filius Didaci, Tractinus filius Puricelli) como mejor distintivo que el patronímico, que no viene sino en segundo lugar.
En el reinado de Ordoño II se generalizó el uso del apellido patronímico en los estados que se fueron acumulando bajo su cetro.
Mas aunque el patronímico en su múltiples formas constituía por regla general el apellido, no era el único medio de distinguir las personas. Sucedió en las localidades lo que al cabo del tiempo siempre acontece, y mucho más entonces que la población era más estable: que ciertos nombre y sus derivados se hacían tan comunes que no servían para distintivo. Muchas familias se abonaban, por decirlo así, a dos nombres propios que alternaban formando cadena entre ascendientes y descendientes. El abuelo se llamaba Froila, el padre Ramiro Froilaz, el nieto Froila Ramirez, y no salían de Froilas y Ramiros. Había padres que daban un mismo nombre a los varones y otro nombre también igual a las mujeres. Necesariamente hubo que recurrir a lo que después se llamó alcuña, a un sobrenombre, mote, apodo o sobreusa, tomado por defecto, dolencia, cualidad, virtud, costumbre, parentesco, estado, condición, cargo y oficio. Si no había seña personal ni circunstancia particular se acudía a la procedencia, esto es, al lugar o sitio donde había nacido, se había criado o residido, o bien a la situación relativa de éste, como dalen, de allende, de suso, de somo, de ayuso. En el mismo pueblo, el punto en que se moraba o a que se estaba próximo servía para dar apellido: de la calle, de la rua, de la plaza, del camino, de la cuesta, del peso, del barrio, de somavila, del río, del portillo, del ejido, del otero, de la era o de las eras.
Durante el siglo XII fueron haciéndose más comunes estas clases de denominaciones, encontrándose escrituras en las que casi todos los testigos se nombran de esa manera.
Entre las formas de apellido que debieron su origen al carácter feudal fue la principal la que provino del solar de que se era dueño, y se denominaba solar todo edificio o terreno, grande o pequeño, yermo o poblado. El verdadero solar nobiliario era un extenso predio, especie de latifundium, poblado de familias de criación o vasallos solariegos que lo cultivaban, y en cuya parte más prominente se levantaba una casa fuerte que habitaba el señor.
Hasta ahora nos hemos referido a la clase de personas de la alta nobleza, propietaria de tierras, mandos militares, administradores de justicia y altos cargos. Veamos cómo se nombraba la clase servil, es decir, la sujeta a algún tipo de vasallaje.
De los siervos de nacimiento se solía guardar la genealogía porque en acreditar la condición de los padres y la filiación de los hijos se fundaba el derecho sobre todos sus descendientes. Se distinguían también unas veces por solo el nombre, otras uniendo a este el patronímico o el apodo; a veces se les designaba por "otro hombre" (alium hominem) por no poseerlo.
En las mujeres fue más lenta la adopción del apellido.
Reinaba pues en esta época la libertad absoluta en la adopción del apellido, tomando el que más conviniese por nobleza, cariño o motivos de gratitud. Del mismo modo se cambiaban el mismo los criminales, sobre todo los procesados por la Inquisición
No influyó para corregir el anárquico uso de apellido el recrecimiento de la vanidad nobiliaria de los siglos XVI y XVII y el consiguiente desarrollo de la ciencia genealógica, con sus doctores, expositores, casuistas y bibliógrafos. Los nobiliarios respondían a una gran necesidad social. Todo aquel que no tenía ejecutoria, hidalguía recibida o limpieza de sangre probada, era un paria. Baste considerar que en los nobles se proveían las encomiendas, dignidades y empleos, tenían preferencia para prebendas y beneficios eclesiásticos, y facultad de acumular muchos; no podían ser ejecutados en sus bienes, ni encerrados en cárcel pública, ni sometidos a tormento ni a penas ignominiosas; que se templaba el rigor de las leyes al aplicárselas, y que estaban exentos de tributos y cargas concejiles, para formarse idea de los esfuerzos que harían por penetrar en esa clase privilegiada, de los fraudes y falsificaciones que para ello se emplearían, y de los sacrificios pecuniarios que por conseguirlo se impondrían los particulares en las épocas en que la venta de hidalguías y títulos era unos de los arbitrios de la Real Hacienda. Así es que sus fronteras se fueron dilatando hasta acusar el censo de 1787, como pertenecientes a ella, medio millón de individuos. La profesión de genealogista fue, pues, muy lucrativa; clase de trabajos que cayó muy pronto en la industria, de donde después no ha vuelto a levantarse. Generador principal de nobiliarios fue el que corría bajo el nombre del conde Don Pedro, hijo de un rey de Portugal del siglo XIV, el cual, en tres siglos que mediaron hasta su impresión, circuló en copias, que cada cual ordenaba a su gusto, acabando por no conservar del primitivo ni remotos lineamientos. Esta era la fuente predilecta de los genealogistas, y la autoridad que más alto levantaban sobre su cabeza. Ningún nobiliario merece fe; y así lo reconoció en el mismo siglo XVII el Consejo, en auto impreso a propósito del de Alfonso López de Haro, uno de los más calificados. Sus autores no buscan más que halagar vanidades y favorecer intereses, haciendo posible entronques quiméricos que lleven las estirpes adonde convenga, incluso hasta Adán. Don Quijote mostró conocer los procedimientos de estos industriales, al confiar en "que podría ser que el sabio que escribiese mi historia deslindase de tal manera mi parentela y descendencia, que me hallara quinto o sexto nieto de rey".
No eran dados los genealogistas a investigaciones etimológicas de apellidos; acogían. adornándolos más o menos, los cuentos vulgares que explicaban su origen
El patronímico, que venía sirviendo indistintamente de nombre y apellido en todas las clases, comienza en el siglo XVI a quedar relegado, como nombre, a la clase inferior. Rara vez se le encuentra ya usado de este modo fuera de ésta.
El uso de más de un apellido, fuera de la combinación del patronímico con el de lugar, no es común en la Edad Media; va extendiéndose desde el siglo XVI; pero hasta época reciente no adquiere regularidad la costumbre de que alternen suministrándolos las líneas paterna y materna.
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